Hoy comienza una historia.
De alguien que en principio presentaré como anónimo, alguien muy cercano a mí, alguien a quien quiero mucho.
Se había ido a la cama pronto aquella noche. Después de hacer unos cuantos collares y retocar el cuadro que estaba pintando, se metió en la cama sobre las 10 de la noche y leyó unas páginas de un libro que ya no recuerda. Se durmió con la luz encendida.
Entre sueños oyó la puerta de la entrada, no abrirse, sino siendo aporreada por algún bruto, o al menos eso debió pensar ella y no le dio mayor importancia. Aunque todos sabemos que debería habérsela dado. Eran las 6 de la mañana aproximadamente, las 6 primeras horas...
Trabajaba en muchas cosas y en nada, había demasiado que le gustaba como para delimitarlo.
Ya no era adolescente pero tampoco sería nunca adulta. Aunque ella todavía creía que sí sería capaz. Muchas personas la querían, era dulce, viva y siempre estimulante.
A veces hacía cosas que no entendíamos, pero claro, también pensábamos que era genial, así que no le dábamos mayor importancia. A veces nos gritaba sin razón, tenía genio y temperamento pero lo compensaba con mometos de dulzura inigualables y amor, mucho amor.
Un buen día, después de que su padre se muriera, decidió irse a vivir a otra ciudad, atrás nos dejaba a muchísmas personas que temíamos su ida, su fragilidad sería mayor en un lugar desconocido, pero también queríamos depositar nuestra confíanza en ella.
Un día la vi bajar por las escaleras de la casa, y nunca más pudo borrarse esa imagen de mi mente, recuerdo que su pelo entonces no estaba teñido y era como el fuego, lenguas de fuego alborotadas e irisadas por la casacada de luz que rompía la ventana.
Cantaba algo de Nacho Vegas, siempre juntos en una melancolía tan similar.